La boca del sargento se quedó seca de repente mientras alzaba sus binoculares para ver lo que estaba ocurriendo a unos cientos de metros de su posición.
-¿Puede repetir por favor? –Dijo lentamente el sargento–. Creo que la comunicación no ha sido buena.
Escuchó un gruñido al otro lado de la línea.
-No debe intervenir –dijo el general-. Debe permanecer en el cuartel sin interactuar con la marcha zombi que está teniendo lugar.
-Señor, creo que la batalla ha afectado mi oído –dijo el sargento lentamente y con tono calmado en su voz-, demasiados disparos cerca de mis orejas. Debo entender que me está ordenando deponer las armas y rendirme al enemigo
-No sea melodramático sargento –dijo el general con voz irritada-. No estoy ordenándole que no se defienda. Simplemente que no ataque a la turba. No queremos problemas con la población. Considérelo una marcha más de esos locos amantes de los zombis.
-Con todos los respetos general –dijo el sargento sin desviar la vista de los zombis-. Los tengo ahora mismo delante y le puedo asegurar que son zombis, señor, y no civiles.
-¿Está poniendo en duda los informes que maneja el Alto Mando? –Dijo el general con voz enfadada.
-Sí señor –respondió firme el sargento-. Yo estoy aquí, usted no. Estoy a unos cientos de metros, y le puedo asegurar que no son molinos señor, sino zombis.
-Si le digo que son civiles es que son civiles –dijo el general muy irritado-. Y no hay más que hablar. Se quedará en el cuartel, ordenará a sus soldados no intervenir y esperarán nuevas órdenes.
-Señor, si me lo permite –dijo el sargento que estaba comenzando a perder la paciencia-. Podemos seguir el manual de primer contacto zombi. Disparo de aviso, disparo a una parte no letal y observación.
-No contactará con el grupo de civiles –le ordenó el general algo fuera de sí-. No queremos que se vuelvan violentos.
-Señor, sus órdenes y observaciones, si me lo permite, no tienen sentido y violan el manual completamente –respondió incómodo el sargento-. Me temo que está… equivocado.
-¿Con quién se cree que está usted hablando? –Preguntó el general-. ¿Se niega a cumplir la orden directa que le estoy dando declarándose en rebeldía? Le recuerdo cómo se castiga la insubordinación en el ejército.
-Señor, su orden no es legítima –respondió firme el sargento-, y por tanto no tengo la obligación de cumplirla. Si no está de acuerdo venga usted en persona a detenerme. Pero mientras tanto cumpliré con mi deber y mi obligación que es defender esta ciudad aunque ello me comporte perder la vida. Porque así se comporta el ejército español: No huye del enemigo, se enfrenta a él.
La línea al otro lado se quedó unos instantes en silencio. Cuando el sargento creía haberse salido con la suya notó una presencia a sus espaldas.
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