El sargento se quedó mirando durante unos segundos más a Castillo que no decía nada para no liarla más.
-Es una novatada, ¿verdad? –Dijo finalmente el sargento-. Alguien en la comisaria pensó que sería divertido tratar de hacer que el novato se mease en sus pantalones. Y no trate de negar que sea un novato eso que le acompaña. Si todavía tiene la raya en el uniforme. Huele a nuevo.
-No es ninguna broma –insistió Castillo-, ni una novatada, el día de los Santos Inocentes ya pasó. Ha de creerme. En la rotonda se están acumulando cientos de zombis. Si no les detenemos será una masacre.
-Y sin embargo sólo usted los ve –insistió el sargento que parecía estar a punto de perder la paciencia.
-Vale, si insiste es una broma –dijo Castillo que también estaba perdiendo la paciencia-, déjeme llamar al centro de mando de la policía para que les cuente la broma.
-No somos un locutorio –respondió el sargento cruzando los brazos-. Y si ‘insiste’ tendré que detenerle con cargos. Y le advierto que la justicia militar española no es tan lenta, laxa y simpática como la justicia civil.
En ese momento la radio del sargento cobró vida.
-Sargento, señor –dijo alguien gritando a través de la radio- zombis, ¡cientos de zombis! ¡Miles! Está la calle llena de ellos.
El sargento puso cara de incrédulo. Corrió unos metros en dirección hacia el cruce de las calles y se quedó parado en medio de la carretera. Y efectivamente, ahí estaban, una reunión de zombis como nunca había visto antes. Tragó saliva mientras volvía a la entrada y activaba su radio.
-Zafarrancho de combate, esto no es un simulacro –ordenó con voz fuerte y autoritaria. Luego se giró hacia el policía-. Cómo me jode que tenga razón.
-Ya somos dos –dijo Castillo mientras acompañaba al sargento al interior de la base y comenzaba a escuchar el atronador ruido de las trompetas sonar por los altavoces del complejo militar alertando a sus habitantes de que se prepararan para el combate.
Castillo se acercó al maletero del coche patrulla y lo abrió.
-Novato, ven para acá y equípate –dijo señalando el equipo antidisturbios que llevaban-, con suerte las protecciones te ayudarán a sobrevivir.
Tanto él como el novato se comenzaron a poner las coderas, las espinilleras y las rodilleras reglamentarias y sacaron los cascos antidisturbios.
-Recuerda novato, disparos a la cabeza –dijo Castillo mientras sacaba una caja de munición de escopeta y se la entregaba al novato junto al arma. Él, por su parte, cogió varios cargadores extra para su pistola. Era mejor que el novato llevara la escopeta, no era lo mismo disparar contra blancos de papel que se estaban quietos que contra un ser humano en movimiento, aunque fuera un zombi.
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