Mara durmió el resto de la noche sin más interrupciones. En su mente los planes y las ideas bullían. No habían tenido tiempo realmente para planear su fuga. Pero si lo que Sam le había dicho era cierto… era mejor acelerar las cosas. Cuanto más lejos de otras personas estuviera menos riesgo de morir correrían éstas.
A la mañana siguiente la aparición del sargento la sacó de sus pesadillas. Aunque no planeaba agradecérselo.
-Si es mi carcelero favorito –dijo Mara poniéndose en pie y acercándose a la puerta de la celda-. ¿Hoy no has escupido en mi desayuno?
-No sé qué te hace estar tan feliz –dijo el sargento Rock malhumorado.
Mara sonrió y agarró los barrotes con sus manos.
-Bueno, tenía intención de sacarte información –continuó sonriendo-, y decidí que pasaba de… seducirte. Prefiero golpearte para obtener la información que necesito.
Y mientras decía esto abrió la puerta violentamente golpeando con la misma al sorprendido sargento que se quedó inconsciente tirado en el suelo con el rostro sangrando. Mara salió tranquilamente de la celda y cacheó al sargento.
-Qué poca resistencia –dijo Mara para sí misma-, y yo que esperaba poder golpearle personalmente.
Después de desarmar al sargento y usar las esposas que llevaba para aprisionarlo aprovechó para darle una patada en la entrepierna.
-Y esto es sólo el avance –le dijo a la oreja mientras le amordazaba.
Cuando Sam, el padre Xavier y el soldado Ortiz llegaron se encontraron con Mara bebiendo tranquilamente mientras el sargento Rock trataba de soltarse. Cuando les vio aparecer se quedó parado y sus ojos parecían que iban a salirse de sus órbitas.