Henry y el general llegaron corriendo al centro neurálgico de la base.
Por el camino el soldado les había puesto al corriente. Al parecer varios miles de zombies habían salido de la ciudad y se dirigían directos hacia la base. Avanzando lentamente, pero en dirección hacia ellos.
-¡Informe! –ordenó el general nada más entrar en la sala.
-Nuestros exploradores avanzados los han detectado hace poco.
-Calculan que son varios miles… tal vez decenas de miles –informó otro soldado-. Si siguen a este paso llegarán al caer la noche.
El general recogió un papel que le acababan de pasar con las últimas cifras y datos sobre dónde estaban los zombies.
-¿Por qué vienen hacia aquí? ¿Por qué precisamente ahora? –preguntó el general recordando los misteriosos helicópteros.
-No lo sabemos todavía, las informaciones son poco precisas. Nuestros exploradores tampoco pueden transmitir… a riesgo de ser descubiertos.
El general miró una pantalla con un mapa de la zona y lo estudió durante varios minutos. Luego miró el reloj.
-Si no se detienen ni se desvían los tendremos en nuestra puerta principal… -el general se quedó pensativo-. ¿Cuánto tiempo para poner los tanques a punto, traerlos hasta esta localización y desplegarlos?
Uno de los soldados negó con la cabeza.
-No el suficiente general.
-Maldita sea. Da igual. Intentaremos aguantar. –dijo el general–. Ordene a los tanques que se preparen y se pongan en marcha a la máxima velocidad, e indique nuestra situación a nuestros amigos a ver si pueden prestarnos ayuda aérea.
Otro soldado le pasó un papel al general que lo leyó rápidamente y en silencio.
-Y además el parte meteorológico no es precisamente halagüeño.
-Tal vez eso sea bueno –señaló Henry–. Esas criaturas no se caracterizan precisamente por su movilidad, con la tormenta encima tal vez se paren o se desvíen… y ganemos tiempo.
El general asintió.
-Esperemos que tengas razón. Mientras tanto debemos prepararnos para lo peor. Que la gente vuelva de los campos y se refugie. Hemos de prepararnos para un asedio.
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