Jornada 9. El final del principio (XIII)


-¿Una conspiración? Me resulta difícil creer algo así –respondió Mara a las sospechas del sacerdote-. ¿Quién ganaría algo con ello?

El sacerdote sonrió ante la aparente ingenuidad de su interlocutora.

-Te sorprendería saber lo que haría la gente por algo de poder –respondió con tono triste el sacerdote recordando sus desventuras con la Santa Sede-. Ocultar información, retocarla para que sea de su agrado y poder usarla en beneficio propio. El poder es adictivo. Y una vez que lo has probado… no consientes que nadie se interponga en tu camino.

Mara se puso en pie comprobando su herida. Le seguía doliendo pero bastante menos.

-Si el tiempo sigue así tendremos que pasar la noche aquí –dijo mientras cogía de nuevo sus armas y las comprobaba-, y eso implica revisar el resto del edificio.

El sacerdote asintió y se puso en pie mientras echaba mano de su escopeta y comprobaba la recámara.

Lo primero que hizo Mara fue cerrar la puerta reforzada de nuevo, de manera que nadie, ni zombies ni seres humanos pudieran entrar por ella y sorprenderles.

Luego se dirigieron hacia la parte trasera del edificio en la que Mara había visto las escaleras y de donde seguramente había venido el zombie.

En esa ocasión pudo fijarse mejor en todos los detalles. La puerta del almacén, que también estaba reforzada y coincidía con las llaves que Mara tenía, daba a una especie de rellano en el que estaban las escaleras. Al final de las escaleras que subían al primer piso había una puerta que parecía dar a la calle y que estaba trabada con muebles a modo de barricada. Ambos decidieron comenzar por la parte superior del edificio. Por el hueco de las escaleras parecía que éste tenía unas cuatro plantas. Sería una tarea ardua, aunque esperaba terminar antes de que anocheciera, aunque la luz que entraba no era mucha. Comprobó los buzones de la entrada, parecía que sólo había un apartamento por piso, lo cual haría que tuvieran menos problemas. O eso esperaba.

Mara iba primero y detrás de ella caminaba el padre Xavier que miraba constantemente hacia atrás. Nada más llegar al rellano del primer piso Mara pudo observar que la puerta estaba en el centro del mismo y apenas se encontraba iluminada por la poca luz que entraba por una ventana.

Se acercó lentamente a la puerta y probó el pomo. Parecía estar firmemente cerrada. Xavier se acercó y se puso al lado de Mara observando la puerta.

-¿Entramos? –preguntó el sacerdote.

-Puerta cerrada, para bien o para mal nada entra ni sale –dijo Mara fríamente-. Puede que alguien no quiera que entremos y nos esté esperando con una escopeta.

En ese momento un fuerte golpe hizo temblar la puerta pillando por sorpresa a ambos que dieron un paso atrás alzando sus armas y apuntando a la puerta mientras esperaban a ver qué pasaba.

Mara se acercó de nuevo a la puerta y volvió a probarla. Parecía lo suficientemente sólida para resistir los embates de lo que fuera que había al otro lado.

-¿Qué hacemos? –preguntó Xavier.

-Dejarlo solo por ahora –respondió Mara-, la puerta aguantará hasta mañana e incluso más. Sigamos explorando el edificio. Ahí dentro no hay nada vivo… ya no.

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