Cuando se movió para acomodar su cuerpo notó un dolor en el estómago y se llevó la mano a la barriga. Cuando volvió a mirar la mano comprobó que la tenía manchada de sangre.
-Genial –dijo para sí misma-, ahora moriré desangrada en este apestoso agujero y seré la pareja del zombie de abajo.
No se podía creer su mala suerte. Maldita la hora que se le ocurrió meter la nariz en aquel sitio. Volvió a recordar sus últimos pasos que le habían llevado a esa desagradable situación.
Las calles parecían estar muy tranquilas. Demasiado. Casi desiertas.
No había tenido problemas hasta ese momento, dado que los pocos zombies que quedaban eran incapaces de cogerla. De vez en cuando se asomaba a algún escaparate para ver qué tenía en su interior. No le vendría mal conseguir algo de comida y munición. Más munición que comida. La comida enlatada se podría acabar pero la comida en sí… eso era más difícil; en cambio la munición… las balas iban a ser un problema. No crecían en los árboles.
Lo que más veía eran tiendas de ropa. Le sorprendía ver los vestidos que llevaban algunos maniquíes que estaban tirados por los escaparates o por la calle. Eran tan… tan… inseguros… ¿de verdad que alguien se ponía eso como ropa? Era natural que todos hubieran muerto. Sobre todo las mujeres, esos trozos de tela no daban mucha protección… ni tapaban en exceso. Se miró en un reflejo y pensó que no le vendría nada mal conseguir algo de ropa y unas botas nuevas. Aunque la primera vez que estuvo de compras su experiencia no fue muy agradable.
Uno de los carteles de la calle por la que paseaba señaló su objetivo.
Armería. Con suerte ahí podría encontrar munición o repuestos para las armas, que eso también iban muy bien.
A su alrededor no parecía haber ningún zombie.
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