Jornada 8. El fin de los días IV (XXIV). Ello


El padre Xavier permaneció en silencio el resto del trayecto. Escaparse de sus “captores” iba a ser un problema. Pero seguro que estarían con la guardia baja. No esperaban que él supiera que debía escapar. Además les había dejado elegir el lugar para comer, lo cual implicaría, o eso esperaba, que estuvieran más relajados todavía. Siempre era más complicado escapar de un lugar desconocido y más si era público.

Al cabo de un tiempo indeterminado llegaron al restaurante; el sacerdote no llevaba reloj dado que en África el tiempo no era precisamente importante y además podría causarle algún desencuentro con los locales, aunque fuera un reloj barato. El restaurante era un pequeño local rodeado de casas antiguas y que tenía un pequeño patio cerrado por una elevada pared de piedra. Bastante pintoresco, pero algo habitual en Roma.

Primero salió el escolta que miró a ambos lados de la calle pareciendo buscar alguna desconocida amenaza para él o para su pasajero; deformación profesional, pensó el padre Xavier mientras salía del coche. Finalmente salió el conductor que también pareció comprobar su alrededor antes de cerrar el coche y conectar la alarma. Los tres entraron en el patio del restaurante donde les recibió un alegre maître.

-Buenos días señores, padre –dijo saludando especialmente al sacerdote- ¿mesa para tres?

El escolta asintió mirando a su alrededor pareciendo buscar la mesa ideal. Señaló una que estaba en una de las esquinas del patio desde la que se veía tanto el acceso a la calle como al interior del restaurante.

El maître asintió con la cabeza y volvió a estudiar al sacerdote no dando crédito a que alguien como él fuera acompañado de una escolta de dos hombres. Les acompañó a la mesa y la preparó quitando uno de los cubiertos. Cada uno de los hombres se sentó a un lado del sacerdote que quedó en medio de ambos.

Enseguida les trajeron la carta. Después de estudiarla unos minutos el padre Xavier eligió unos tradicionales espaguetis a la boloñesa. No le importaba comer antes de escapar. Eso haría que sus guardaespaldas estuvieran más relajados y le daría a él fuerzas por si no volvía a comer en un largo periodo de tiempo.

Se excusó para ir al baño a lavarse las manos y hacer otras cosas. Uno de sus escoltas se levantó para acompañarle. El sacerdote no dijo nada. Todavía no tenía planeado escaparse. Aprovechó el camino para ir al baño para estudiar el local. Al volver del baño se excusó unos minutos con la excusa de querer ver cómo hacían la pasta. De vez en cuando le hacía alguna pregunta al maître que servicialmente había acudido para ver si necesitaban algo. La verdad es que al padre Xavier no le costó nada mostrarse interesado por el proceso por el que cocinaban la pasta. La cantidad que hacían y cómo la elaboraban. Era un proceso complejo pero fascinante.

Acabadas las explicaciones y dándose por satisfecho volvió a la mesa bajo la atenta mirada de su escolta que no parecía perderle de vista. Aprovechó la espera hasta que llegara la comida para comentar todo lo que había visto con sus dos comensales que no parecían querer socializar demasiado con él. Daba igual, lo importante era conseguir que creyeran que no sabía nada y que no era un peligro.

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