Jornada 8. El fin de los días IV (XI). Ello


Una vez había hablado con los cardenales en su despacho el camarlengo les dejó marchar para que hablaran con el resto de miembros del colegio cardenalicio. Ciertamente la idea que proponía era… poco habitual, pero los caminos del señor siempre habían sido misteriosos. Y ahora se avecinaba un Apocalipsis o una nueva plaga.

Mientras esperaba a su reunión con el presidente de la república sopesó los distintos pros y contras de su plan y comenzó a hacer preparativos. Necesitaba convencer al colegio cardenalicio de que su plan era viable y no iba en contra de las escrituras. Y de que era el único posible si querían que la fe cristiana sobreviviera. La reunión con sus semejantes era de vital importancia, necesitaba su apoyo, y sus contactos, debía convencerles.

Miró de reojo un pequeño monitor donde se mostraba el dormitorio del Papa. No sabía si llorar o regocijarse viendo a esa criatura. La confirmación por parte del padre Xavier de lo que era y de lo que representaba había sido realmente un mazazo, pero gracias a sus años al servicio de la Iglesia había conseguido mantenerse sereno y hacer creer al padre Xavier que su revelación no había sido tal. Eso también había implicado el destino final del sacerdote. No podía dejar que alguien con el conocimiento que él tenía siguiera hablando por el mundo… podría revelar que la Iglesia tenía información vital para la supervivencia de la raza humana y no la había revelado… correctamente. Sonrió. Tenía en mente el discurso que tendría que hacer delante de las cámaras anunciando el motivo de la resurrección del Santo Padre. Iba a anunciar el Apocalipsis.

Pero antes tendría que avisar a la gente adecuada. Darles una ventaja. Sabía que el mundo se reiría de él y de su religión cuando diera la señal de alarma. Y sabía, que cuando todo se acabara, porque se acabaría, el mundo recordaría que fue el Dios cristiano el que avisó a la sociedad de lo que se les venía encima. No Mahoma, ni Buda, ni ningún otro falso Dios. No, el único y verdadero Dios se había comunicado con la Iglesia en su momento de más necesidad. Eso sería lo que recordaría el mundo. Y las iglesias se volverían a llenar, y ellos volverían a tener en sus manos el destino de la sociedad. Como siempre había tenido que ser.

Un único Dios. Una única Iglesia. Y un inmortal Santo Padre que revelaría los designios del Señor cuando fuera conveniente. ¿Y quién no creería en la palabra de alguien que había resucitado y decía hablar en nombre de Dios?

Se recostó en su sillón. En el horizonte veía aparecer una tormenta. Pero más allá, cuando ésta hubiera pasado… podrían construir por fin un mundo perfecto. Sin todas esas criaturas blasfemas caminando por el suelo que había creado Dios. Sí, un mundo en el que el hombre no se acostaría con el hombre, la mujer no yacería con la mujer, los médicos no matarían cual Herodes a niños no-natos, los cardenales volverían a ser la mano derecha de los gobernantes y el orden natural de las cosas volvería a estar sobre la faz de la Tierra.

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