Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXVI) Por JD


-Ahora me llaman Doc a secas –respondió el susodicho a la voz al otro lado del teléfono.

-Nos tenía preocupados Doc –dijo la voz enfatizando en el apodo con tono divertido-. Ha estado meses sin dar señales de vida.

-Y por eso han enviado a un estúpido que se ha dejado coger, comer y a punto ha estado de costarme la vida y mi tapadera.

-Oh –dijo la voz al otro lado tratando de disimular un falso tono de preocupación y desdicha-, así que contactó con su grupo y está muerto, ¿puede darme más detalles?

-Nuestro trato era claro –dijo claramente molesto Doc-, nada de interferencias en esta zona. Es mía para investigar los efectos de los zombies en los seres humanos.

-Sigo sin entender para qué es necesario ese… estudio suyo Doc –dijo sarcásticamente la voz-. ¿A quién le preocupa un puñado de supervivientes? Tenemos problemas más graves que resolver.

-Los zombies, los zombies, los zombies –repitió Doc cansino- Los zombies no son un problema real. Se les dispara a la cabeza y listos. O se usan bombas como hicimos en aquella ciudad. O una maldita bomba de hidrógeno. Seguro que si la hubiéramos usado, ahora podríamos estar volviendo a nuestras ciudades.

-Un poco extremo Doc –replicó la voz al otro lado-, nos debemos a nuestros… clientes. Y no creo que les guste que contaminemos sus ciudades, sus campos, sus instalaciones.

– ¿Tan complicado es diseñar un virus para acabar con los zombies? –preguntó Doc impaciente- Todo su movimiento se basa en el cerebro, basta con encontrar un virus que ataque el cerebro y la parte que reanima a los zombies, se aplica a nivel global y problema resuelto.

-¿Y los seres humanos vivos? –preguntó la voz divertida-. Parece no querer tenerlos en cuenta. Ya sé que para usted son una molestia pero… tenga un poco de corazón.

-Los seres humanos vivos son un mal necesario. Como nuestros…. Aliados –respondió Doc- Pero, de verdad, un virus diseñado para distinguir entre un cerebro vivo y uno muerto. Los zombies son carne muerta ambulante. Con todos sus medios no debe de ser complicado. De hecho… estoy seguro que tienen algo en ciernes…

La voz al otro lado soltó una larga carcajada.

-Tiene toda la razón, estamos haciendo las pruebas actualmente. El mayor problema fue que distinguiera entre tejido vivo o muerto en… bueno… pacientes especiales. Tenga en cuenta que los seres humanos en realidad estamos soltando tejido muerto constantemente. Pero… me complace decirle que las pruebas iniciales parecen satisfactorias.

-Por eso es necesario mi estudio –replicó Doc- ¿Qué sucedería si vuelve a pasar? Necesitamos datos para un próximo cataclismo. Saber cómo se comportan los seres humanos. Para prepararnos. Para tener ideas que no se nos puedan haber ocurrido. Para tener un manual de supervivencia zombie para nuestros clientes si les pilla sin preparación. Todo esto nos servirá para preparar las instalaciones y ciudades para una segunda venida de no-muertos.

-Da por sentado que esto volverá a ocurrir antes incluso de que lo hayamos arreglado.

-Dejemos de discutir por un momento de todo ese tema. No es el motivo para el que le he llamado. Quiero que mande un equipo para matar a la capitana Grumpy de una vez por todas.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXV) Por JD


-Mechas, labors –decía con gran ardor Gerald en su despacho en los calabozos del castillo- Imagínate Doc, luchar contra los zombies con esas maravillas de la tecnología.

Doc miró con cierto desagrado a Gerald.

-No entiendo lo que estás diciendo –le respondió a sus comentarios- ¿mechs? ¿labors? ¿Qué demonios son esas cosas de las que estás hablando?

-Dios mío, Doc, que anticuado eres realmente, robots gigantes –dijo Gerald poniéndose en píe y gesticulando con las manos-. Salen en los “animes”, dibujos animados japoneses, gente conduciendo robots que les protegen y lanzan misiles, y tienen enormes pistolas de rayos… imagínate lo fácil que sería deshacerse de esos malditos zombies. Zam, puff, pum, chiung, y se acabó.

Doc giró la cabeza incrédulo ante lo que estaba escuchando.

-Tenemos problemas más urgentes que resolver que tus estúpidas locuras infantiloides.

Gerald puso gesto de desagrado ante las palabras de Doc. Normalmente éste era desagradable pero últimamente estaba más refunfuñón que de costumbre.

-Si crees que es tan sencillo hazlo tú mismo –respondió Gerald molesto- y si no puedes, como es el caso, lárgate y desaparece de mi vista. Y contrata a un psicólogo o a una buena prostituta, tu comportamiento me está comenzando a molestar sobremanera.

Doc soltó un bufido y salió de los calabozos refunfuñando y recordando a los muertos del informático mientras se dirigía a la salida del castillo.

En la misma le paró uno de los guardas que había apostado.

– ¿A dónde vas Doc? Es peligroso salir ahí fuera solo –le advirtió a modo de saludo.

-Tenía pensado ir a dar una pequeña vuelta para estirar las piernas y disfrutar de la naturaleza y la soledad para despejar mi cabeza.

-Pero ya conoces las normas –respondió el vigía- nada de salidas no programadas y menos sin escolta.

Doc miró a su alrededor y sacó un paquete de cigarrillos.

-Un pequeño vicio que no puedo mostrar en público –respondió mostrando brevemente el paquete- ya sé que no debería hacerlo, pero en casa de herrero… además llevó esto como protección –añadió dándole una palmadita a la escopeta que llevaba a la espalda- y no es como si no tuviéramos vigilada la zona con una absurda cantidad de sensores instalados por el genio local de Gerald.

El guardia se lo pensó durante unos segundos antes de asentir.

Doc sonrió y le dio una palmadita en el hombro mientras salía. Luego bajó las largas escaleras de piedra que separaban el castillo del suelo y se alejó del mismo. Miró a su alrededor asegurándose que no había nadie que pudiera verle ni escucharle. Luego sacó un teléfono del interior de su chaleco y desplegó la antena. Lo encendió e introdujo una serie de dígitos a modo de contraseña. Marcó un número y esperó la respuesta al otro lado de la línea.

-Contraseña zulú – uno – siete – golf – sierra. Extensión 31.

– Contraseña confirmada –respondió una voz al otro lado de la línea- un momento.

Otra voz sonó por el teléfono.

-Doctor Rodríguez. Cuanto tiempo sin saber de usted.