Mara se despertó alterada. Sudando. Se miró la ropa, creía tenerla ardiendo. Pero estaba apagada. Normal. Completamente empapada en su sudor. Pero sin rastros de llamas. Otra pesadilla que no podía recordar pero que le dejaba un mal sabor de boca.
Era algo frustrante. Quiso dar un puñetazo en el suelo pero recordó que estaba encima de una hamaca colgada entre las ramas de un árbol. No era cosa de probar la teoría de la relatividad y de la estabilidad de su cama temporal. Suspiró al ver las estrellas. La noche parecía tranquila. Los grillos cantaban su canción habitual sin que nadie les interrumpiera.
Al día siguiente, y mientras caminaba explorando la zona se puso a pensar en los primeros recuerdos que tenía. Se recordaba vestida como si hubiera salido de un incendio. Sus ropas hechas jirones no podían ser ni llamadas tales. Se encontró en un descampado con un terrible dolor de cabeza, con todo el cuerpo dolorido y con diversas quemaduras en buena parte de su cuerpo. Mientras deambulaba sin rumbo buscando a seres vivos llegó a un pequeño pueblo que apenas estaba formado por dos hileras de casas a lo largo de la carretera. Se puso a buscar algo de ropa que ponerse.
Mientras se la probaba se fijó por primera vez en una especie de medallón que llevaba al cuello. Parecían unas placas de metal pero estaban borrosas, arrugadas, como si hubieran sido medio derretidas. Pero todavía se podía leer un nombre, Mara. Cuando quiso limpiar la plaquita para ver si podía averiguar el apellido fue cuando se encontró con su primer no-muerto.
Al principio no sabía lo que había pasado sobre la faz de la Tierra. Bueno… no recordaba que hubiera otras personas, así que encontrarse un pueblo vacío no le parecía del todo anormal… dado que no recordaba lo que era normal. Creyó que era el dueño de la tienda. Por alguna razón su cerebro sí recordaba lo que era el dinero y el concepto de las posesiones.
La puerta de la tienda había sonado al abrirse gracias a una campanilla que había sobre la misma. Mara se había girado para saludar al recién llegado.
-Hola, creo que mi nombre es Mara, no recuerdo nada, ¿puede ayudarme? –dijo con voz inocente y algo tímida.
El recién llegado se acercó a ella poco a poco, lentamente, seguramente por miedo a que Mara le hiciera algo, dedujo. Ella levantó las manos para indicar que no le haría nada, que era inofensiva. Cuando el ¿dueño? de la tienda se acercó más, la luz interior le iluminó y Mara no pudo evitar soltar un grito de terror. Le faltaba la mandíbula y parte de la mano derecha, y tenía unas heridas muy feas en el pecho. Pero no parecía sangrar, ni tener ningún dolor.
Mara se quiso acercar para ayudar al desconocido, pero algo en su interior le hizo dar un paso atrás. No lo entendía. ¿Qué le forzaba a tomar esa posición defensiva? Claramente esa persona necesitaba ayuda, pero su cuerpo parecía tener otras ideas.
Mientras, el extraño se acercaba a ella sin perderla de vista.