Lo primero que llamó la atención a los soldados al entrar al interior del edificio fue el olor a podrido que desprendía el mismo. Tuvieron que taparse la nariz y esperar unos segundos a habituarse al olor que había.
-Mal comenzamos -dijo Van Pelt quitándose la mano del rostro.
Ambos avanzaron por el interior del pequeño hall hacia el fondo del mismo donde estaban situados un par de ascensores y la escalera. Van Pelt miró a su compañero.
-¿Cómo lo hacemos? ¿Tú desde arriba y yo desde abajo o ambos juntos?
O’Hara puso una sonrisa pícara.
-Si estuvieras hablando de sexo lo tendría claro, pero supongo que no es el caso. La verdad es que creo que es mejor que no nos separemos.
Van Pelt asintió.
-Pues por las escaleras desde abajo, para que no se escape nadie -dijo mientras se dirigía a las mismas.
Ascendieron lentamente hasta el primer piso atentos a cualquier movimiento o ruido, pero no parecía haber nada ni nadie dispuesto a romper el silencio opresivo roto únicamente por el sonido de las botas de ambos soldados. La luz se colaba por las ventanas que había en la escalera y en los descansillos de cada piso. Llegaron al primer piso sin detectar la presencia de nadie ni ver nada extraño. Comprobaron las cuatro puertas que había en el piso pero parecían estar todas cerradas. A O’Hara le pareció escuchar ruidos de arañazos como los que hacían sus gatos en su apartamento cuando jugaban con un rascador que tenía para ellos. Supuso que era algún gato y decidió seguir adelante sin decir nada.
Subieron hasta el segundo piso y cuando se dirigían hacia una de las puertas escucharon cómo sus botas hacían un ruido como de haber pisado agua o algún líquido en el suelo. Miraron a sus pies y descubrieron asombrados que estaban pisando un charco de sangre. Ambos se miraron sin acabar de creerse lo que estaban viendo y siguieron aquel rastro rojizo. Parecía venir del piso superior, y la sangre parecía que había ido cayendo por las escaleras como si fuera una pequeña cascada.
Sacaron sus pistolas. El problema con el que se habían encontrado los militares al actuar en la ciudad era que sus rifles de asalto eran demasiado largos para entornos cerrados como el interior de los edificios y sólo podían usarlos en las calles. Así que tenían que recurrir a las pistolas cuando entraban en el interior de cualquier estructura. De todas maneras las pistolas en las distancias cortas eran igual de mortales y efectivas.
Subieron lentamente la escalera hacia el tercer piso tratando de anticiparse a cualquier problema que pudiera salirles al paso. A medida que subían podían escuchar unos ruidos inquietantes y extraños que no conseguían identificar y que les helaban la sangre, algunos incluso parecían una especie de gruñido.
Cuando pudieron ver el suelo del tercer piso observaron a varios policías tirados en el suelo, sangrando abundantemente, y varias personas a su alrededor, casi encima de las mismas, pero sin ver claramente qué estaban haciendo.