Jornada 6. Él. “El fin de los días Parte II” (XIII) Por JD


Por tu mirada me temo que has descubierto que te he mentido, seguro que estás sintiendo el dolor de los cortes que te he realizado. Y bueno, me imagino que notar cómo abro tu cráneo, aunque no puedas verlo será terrorífico por no decir doloroso, pero así es la ciencia. Con suerte podré quitarte el cerebro mientras sigues viva… aunque creo que en ese mismo momento morirás, pero bueno… supongo también que estás deseando que se acabe esta agonía. Piensa que sin cerebro no te convertirás en una de esas horribles criaturas, así que no debes temer por tus compañeros, no les harás daño físico.

En fin, te estaba contando mis aventuras por estos territorios abandonados de la mano de cualquier Dios. Un día, mientras iba paseando tranquilamente por el campo llegué a un pequeño pueblo que se había librado de los pocos zombies que había por las cercanías, eran un pueblo de esos donde presumían de escopetas y quedaban los fines de semana para ir de cacería en grupo. Por lo que para ellos sólo había sido otro domingo de caza.

Eran gente muy amable, que se habían adaptado sin problemas a matar a otros seres humanos, aunque fueran zombies. Pero toda esa unión era un espejismo. Noté que las viejas rencillas seguían estando ahí presentes, profundamente enterradas, sí, pero presentes. Así que después de un par de semanas disfrutando de su compañía y de estudiarles a todos comencé a plantar las semillas de la ira. La mayoría de la población era de raza blanca, así que comencé a hacer vagos comentarios sobre la posibilidad de que la plaga la hubieran traído los inmigrantes y la gente “no pura”. El cómo las ciudades en las que había muchos inmigrantes habían caído antes y más rápidamente; cómo al reunirse siempre en grupos numerosos habían contagiado a los demás más rápidamente; y a las minorías les iba pidiendo perdón por lo que el hombre blanco había hecho, como las noticias decían que los primeros en caer habían sido ellos, y no la sociedad blanca; que sentía lástima que nosotros hubiéramos llevado esta plaga a los demás por miedo a la diferencia de color.

En una semana las miradas de miedo y odio eran visibles. Sólo era necesaria una pequeña chispa para hacer explotar el polvorín. He de reconocer que tuve la duda de si intervenir o no en ese momento para encender la mecha; pero el destino, una vez más, fue el responsable. Un niño blanco y uno negro comenzaron a pelearse, echándose la culpa mutuamente de ser los instigadores de la creación de los zombies; a la pelea se unieron los padres, y luego los amigos de la familia… hasta que comenzaron a llegar a las manos, luego cogieron las armas… y, bueno, ya te puedes imaginar el resto, volaron las balas por todo el pueblo y apenas quedó nadie vivo… bueno, en realidad todos acabaron heridos o muertos, por lo que cuando se convirtieron en zombies no pudieron hacer nada para defenderse. El final de un pueblo por odios ancestrales estúpidos.

Ya está, tu cerebro fuera de tu cráneo… ahora sólo queda preparar el resto de la escena.