Jornada 6. Él. “El fin de los días Parte II” (VI) Por JD


-Ese maldito negro cabrón… ¿Cómo se ha atrevido? -el que gritaba era Donald Brown, mientras otros miembros de su grupo le observaban, sentados en un claro del bosque-. Presuntuoso de mierda…

-No deberías ser tan racista -le señaló uno de sus hombres que estaba a su lado.

-¿Racista? -preguntó Brown-. ¿Qué tiene que ver el color de su piel en esto? Simplemente señalo un hecho –apuntó indignado Brown-. Me da igual que sea blanco, negro, amarillo o púrpura, es una maldita expresión que no tiene nada que ver con odiarle por su color de piel.

-Pero aún así -siguió insistiendo Joseph-, tus insultos suenan… a odio racial.

-Por el amor de Dios -se quejó amargamente Donald-, olvídalo, ¿vale? No entiendo por qué puedo llamarle de todo menos mencionar que tiene la piel oscura, es una locura.

Así son las cosas -señaló Joseph-, hay cosas que no cambian aunque sobrevenga el apocalipsis.

Donald suspiró profundamente.
-De acuerdo, dejaré de llamar negro a ese presuntuoso cabrón.

Joseph sonrió.
-Has de tranquilizarte. Nadie duda de ti. Nos has traído hasta aquí, y nos has mantenido vivos. Nos has dado esperanza.

-Para lo que ha servido -dijo amargamente Donald-. Nos han dado la patada en ese sitio, nos han tratado como a basura. Como si fuéramos… indigentes.

-Debemos seguir adelante -propuso Joseph-. Podríamos explorar el pueblo que nos encontramos hace unos días. Tratar de encontrar algo de comida, que nunca sobra, y quizás encontremos un mapa de la zona y podamos encontrar un sitio seguro.

Donald se quedó en silencio unos segundos, pensando en la propuesta.
-No sé. Ya sabes lo peligrosos que son esos lugares. No quiero arriesgar a la gente inútilmente.

-Pero tenemos que hacer algo -insistió Joseph-, no podemos quedarnos aquí eternamente. Éste no es sitio para estar, en medio de ninguna parte, sin provisiones, no es seguro.

-¡¿Crees que no lo sé?! -explotó Donald-. Estar pendiente todo el tiempo de cualquier ruido, creyendo que puede ser alguna de esas cosas, o un animal salvaje, o a saber… Claro que quiero poder dormir ocho horas seguidas sin sentir miedo, pero ya no estamos en ese mundo.

-¿Crees que me gusta ir de un lado para otro? -siguió hablando Donald-, ¿ver lo que hemos visto? Por amor de Dios, si hay gente que se está comiendo cadáveres de zombies, o… peor. Este mundo se ha vuelto loco. Yo no pedí ser el líder de este grupo.

Joseph sonrió.
-Nadie pidió encontrarse en estas circunstancias… además, no eres nuestro líder, si eso te hace sentir mejor… Tú nos consultas las cosas importantes, y dejas que decidamos en democracia. Eres simplemente el idiota que se rompe la cabeza más que los demás para que nosotros podamos… respirar un poco más tranquilos.

-El idiota que carga con el peso del mundo en sus hombros -señaló Donald intentando relajarse-, tal vez podamos estudiar el pueblo desde lejos, y si vemos que no hay mucha actividad… bueno… ya veremos lo que hacemos entonces.

Joseph iba a dejar sólo con sus pensamientos a Donald cuando una figura salió corriendo del bosque; al principio ambos creían que podía ser un zombie, pero enseguida comprobaron que era uno de los suyos, un chaval de quince años que había perdido a sus padres, que se encargaba de llevar la comida y mensajes a las personas que vigilaban el perímetro. Llegó hasta ellos sin aliento, con la cara blanca como si hubiera visto un fantasma. Donald le puso las manos en los hombros tratando de calmarle.
-¿Qué sucede? ¿Has visto a un zombie rondando por la zona?

-Es… es… es… ta… ella… es… -estaba sin aliento y apenas podía articular palabra. Donald se arrodilló delante de él.
-Respira hondo, y dime qué sucede.

Respiró hondo un par de veces.
-¡Está muerta! ¡Martha! ¡La han matado! ¡Es horrible! ¡La han… destrozado!