Unos segundos después los misiles salían disparados del helicóptero directos al centro de la multitud. La onda de impacto alcanzo a todo el mundo. Algunos se taparon los ojos para evitar la polvareda que se había creado. John Smith no agachó la cabeza, ni evitó mirar a la masacre que había ordenado; los potentes focos iluminaron un tremendo agujero que se había creado de carne humana y calzada. Un humo negro salía del hoyo… junto a cadáveres andantes. No podía ser, había gente saliendo del hoyo sin brazos, con un enorme boquete en lo que antes era su caja torácica, con la cara reventada y los ojos colgando. Algunos se arrastraban sin piernas… Pero todos seguían avanzando.
Todo eso era una pesadilla de la que parecía no poder despertarse. Los soldados se miraban incrédulos. ¿Qué droga o motivo impulsaba a esa gente a hacer lo que estaba haciendo? ¿Qué provocaba que no cayeran ante las balas ni los misiles? Nadie sabía qué hacer. Algunos soldados habían dejado de disparar y buscaban con la mirada al general que mascullaba maldiciones entre dientes y clamaba al cielo, esperando éstos en cierto modo alguna explicación a lo que estaba sucediendo o bien algunas instrucciones sobre lo que hacer a continuación. ¿Qué podía hacer? Podía seguir ordenando a sus hombres que continuaran disparando, pero eso parecía servir para bien poco. La comunicación con el helicóptero le interrumpió su línea de pensamientos.
-Señor, estamos casi sin combustible, volvemos a la base a repostar.
-Granadas -gritó a sus hombres que echaron mano de las mismas y comenzaron a lanzarlas por encima de las verjas.
Se escucharon las explosiones, voló carne por los aires, y llovió lo que parecía ser sangre, pero seguían avanzando impertérritos.
Ahora la montaña de carne estaba a punto de alcanzar la cima; había que tomar una decisión, aunque fue la propia fuerza de la gravedad la que la tomó por el general. La barrera cedió ante el peso de la gente en un punto y la multitud comenzó a pasar a través de ella; fueron directos a por los primeros soldados que se encontraron, no tenían armas, pero los números estaban a su favor y eran como una marea humana que iba engullendo a los soldados que descargaban sus armas sin mucho éxito mientras comenzaban a gritar, temiendo por sus vidas y sintiendo cómo decenas de dientes se les clavaban por todo el cuerpo.
El general Smith asistía incrédulo a todo lo que se desarrollaba.
-¡¡Retirada!! ¡¡A los vehículos, debemos marcharnos!! -ordenó sintiéndose el peor de los cobardes, aunque consciente tras ver lo que sucedía de que no le quedaba más remedio que abandonar la posición si no quería que la masacre fuera mayor.
Los soldados comenzaron a correr, sin mirar atrás, tropezando unos con otros, derribándose y haciendo más sencillo el trabajo a los atacantes que se les echaban encima sin compasión ni explicación alguna. Smith se subió a uno de los tanques y cerró la escotilla. Ordenó seguir disparando contra la multitud. tres tanques, seis ametralladoras y mucha munición que no parecía servir para nada. Sólo cuando parecían estar triturados dejaban de caminar, y aún así en el suelo, esparcidos por las aceras y la carretera, se veían torsos con cabezas agitándose, queriendo seguir avanzando a pesar de carecer de piernas con las que hacerlo.
Los soldados comenzaron a subirse a los camiones mientras algunos compañeros les cubrían disparando a lo que se acercaba, aunque como venía siendo habitual esa noche, sin mucho éxito. Smith tomó una decisión:
-¡Poned en marcha los tanques y comenzad a pasad por encima de la multitud, formad una barrera para que los demás puedan huir!