Jornada 3: “Vida y milagros de G,” el salvador del mundo (X) Por JD


Un instante el silencio sólo se rompía con el ruido de los zombies, su arrastrar de píes, sus gruñidos, el siguiente un

sonido atronador lo reemplazó. Gerald vio cómo comenzaban a caer trozos de zombies por todo el suelo. Se pisaban unos a otros, sin importarles que les estuvieran masacrando. Seguían avanzando inexorablemente hacia los tiradores, bueno, lo intentaban, pero se encontraban con una barrera de balas implacable que les destrozaba partes del cuerpo que se iban cayendo.

Era el primer tiroteo de Gerald. Y aparte del ruido, atenuado por los cascos que llevaban todos, parecía que la cosa funcionaba. En un par de minutos no parecían quedar zombies en píe e indicó a los hombres de las ametralladoras que dejaran de disparar, mientras analizaba lo que acaba de suceder e iba reflexionando sobre qué armas habían sido más útiles y cuáles menos; en aquel nuevo escenario, aprender todo lo posible podía acabar siendo la diferencia entre morir, seguir vivo o convertirte en uno de aquellos esperpentos.

Ahora era el turno de un toque personal. Indicó a dos hombres que le acompañaran:
-Disparad a todas las cabezas que veías, sólo a las cabezas, una bala, una cabeza, y cuidado que salpica –les dijo.

Metódicamente el trío recorrió el amasijo de trozos de carne y dispararon contra toda cabeza que vieron. Tardaron más de la cuenta, dado que a veces debían separar trozos acumulados de cuerpos, con cuidado para comprobar si había una cabeza escondida. Era una tarea realmente desagradable; Gerald parecía ensimismado en sus pensamientos y sus cálculos, pero sus dos acompañantes acabaron vomitando en un par de ocasiones, ya que a la escena en sí y la montonera de huesos, carne y casquería varia, había que juntar el ambiente opresor de aquel lugar cerrado y el fuerte olor que parecía dominarlo todo.

Cuando Gerald se dio por satisfecho se alejó unos metros de la ensalada de carne:
-Bueno, ahora haced limpieza, recoged los restos, guardadlos en bolsas y buscad algún sitio donde enterrarlos bien profundamente”.

Los otros se quedaron mirándole sorprendidos. Gerald suspiró, tenía que explicarlo todo:
-A ver, esos restos, si los dejamos aquí, al sol, comenzarán a pudrirse y a oler, y no queremos tener ese olor todo el día, ¿verdad? Y los de ahí dentro acabarán por formar un tufo realmente inaguantable.

Se miraron entre ellos indecisos:
-¿Pero no están ya muertos? Quiero decir, ¿seguro que se pudren? –dijo uno, interrumpiendo a Gerald en sus pensamientos, ensimismado como estaba en aquel momentos intentando recordar si a los zombies les había afectado el contraste lumínico quedándose deslumbrados o no.

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